2021 será un año histórico en términos electorales. Los votantes se enfrentarán a una cantidad de papeletas nunca antes vista en la historia de Chile. Tendremos elecciones municipales –con la elección por primera vez de gobernadores regionales- y de convencionales con ley de cuota de género y escaños reservados para pueblos originarios en abril.
En noviembre habrá una segunda “mega elección” con candidaturas presidenciales, legislativas y de consejeros regionales. A estas se les agregan las primarias legislativas y presidenciales y la segunda vuelta de gobernadores regionales y presidenciales.
No sólo será intenso por la cantidad de elecciones, sino que también por la convivencia de distintos sistemas electorales. Se utilizarán todos los tipos de sistemas mayoritarios –simple, calificada y absoluta- y sistemas de representación proporcional D’Hondt con distinta magnitud de distrito y reglas para la formación de pactos.
Sin lugar a dudas, esto implicará un alto costo de información para los votantes. Si consideramos la cantidad de candidaturas en las últimas elecciones de cada tipo y hacemos una proyección de las que debutan, podemos pensar que fácilmente en más de 18.000 candidatos en un solo año.
¿Qué efectos puede traer el exceso de elecciones?
Primero, tiene un efecto sobre la participación electoral. Si bien algunos argumentan que mayor oferta implica aumentar la cercanía de los ciudadanos con la política, esto puede traer un efecto adverso. En países europeos con mecanismos de democracia directa y sucesivas elecciones, la participación tiende a ser baja.
El aumento explosivo de la oferta ahuyenta a los electores de las urnas, especialmente en elecciones cuya importancia relativa es menor para el elector. Segundo, es posible que, dada la concentración de elecciones por jornada, aumente la cantidad de votos nulos y blancos, particularmente en concejales y consejeros regionales, cuya difusión y propaganda es más acotada.