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Mi vecino delivery

Mi vecino Julio Alberto, venezolano del popular barrio de Petare en Caracas, me contó una historia que todavía no sé si creer. Me dijo, después de meses de mutismo entendible por su condición de extranjero en trámite, que en Venezuela vivió con una mujer que había sido Miss Universo. No quiso revelar su nombre. Vivieron juntos dos años. No tuvieron hijos y a los pocos meses de separarse la identificó en la televisión en un acto de Maduro, sentada en una de las filas secundarias, aplaudiendo efusivamente las intervenciones del mandatario. 

Extrañado, al día siguiente Julio Alberto la llamó al celular. Seguía con el mismo número. Dice que no tenía segundas intenciones, que lo único que quería era preguntarle cómo se había covertido en seguidora de Maduro. Ella, cortante, le respondió con evasivas. Le dijo que no entendía el llamado y que no tenían nada de que hablar. Cortó. 

Mi vecino no le dio mayor importancia al asunto. Hasta que comenzó a recibir llamados sospechosos. Hacían sonar el celular… contestaba, pero nadie hablaba. Varias veces lo acorralaron sujetos en motos mientras regresaba a su casa desde el trabajo. Hacían rugir los motores y luego aceleraban. No le contó nada a nadie. Y, sin pensarlo mucho, optó por salir de Venezuela. 

Julio Alberto trabaja haciendo delivery. Se junta con varios “chamos” en la plaza de la 2 Norte con 8 Oriente a esperar los pedidos. Le va bien. Puede ganar más de 500 lucas al mes y arrienda junto a otros dos venezolanos la casa vecina por 300 mil. 

Tiene mucho trabajo, los pedidos no paran. “Está bien Chile…ustedes se quejan y no saben…”, me dice contrariado. ¿Qué no sabemos?, le pregunto. “Que un país se puede ir al carajo de un día a otro casi sin darse cuenta”.

Antes de subirse a su moto con la mochila gigante, me pregunta si ya me había vacunado. Le digo que todavía no me toca. Julio Alberto se ríe de buena gana y me dice que no me preocupe, que ya me tocará. 

Quizás mi vecino tenga razón. Un país se puede ir a la mierda de un día para otro, sin aviso, mientras nos engañamos pensando que nos podemos salvar pidiendo normalidad por delivery y culpando al vecino, siempre al vecino.

 

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