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El viejo y el lago

El viejo le contestó a López que no se iba a vacunar. Llevaba tres meses recluido en la cabaña, a metros del lago, sin necesidad de salir. “¿Pará qué?, si quizá se muero mañana”, le dijo sin una pizca de sarcasmo. López se dio cuenta que ni él ni su hijo traían la mascarilla. Trató de disimular un par de pasos atrás, pero el viejo recuperaba terreno pidiéndole que hablara más fuerte.

Le había preguntado casi por compromiso, para preparar el pedido que venía masticando desde que vio al viejo bajar a la orilla del lago. Debía tener unos 80 años, tal vez 85. 

No era la primera vez que López arrendaba una cabaña en el lago Colbún, pero sí la primera que salía a navegar. Se había comprado un bote de segunda mano. Cuando su hijo cumplió 6 años comenzó a planificar el viaje. Pensó que era una buena idea salir en plan de aventura, charlar con Lorenzo como nunca lo hizo con su padre. La imagen de él navegando con su hijo lo perseguía en una mezcla extraña de esperanza y nostalgia, como si bastara ver una película para arreglar los errores del pasado. 

A ninguno de los dos se le ocurrió ponerse la mascarilla. Paola les preparó una colación y un termo con café por si les daba frío. Salieron después de almuerzo. La idea era dar una vuelta sin alejarse de la orilla. Ya en el agua le pareció que el lago no era tan grande como parecía desde la cabaña. Le preguntó a Lorenzo si quería volver a ver a sus compañeros de colegio. Le respondió que le daba lo mismo, que igual los veía en las videollamadas. No agregó nada más. 

López bromeó con Isabel sin nombrarla. Tal vez -le dijo- quieres que te cambie de colegio. Lorenzo no reaccionó, siguió mirando el movimiento del agua. La cabaña deaspareció y la orilla se veía cada vez más lejana. López pensó que quizá salir en el bote no fue una buena idea. 

Siguieron en silencio un buen rato hasta que Lorenzo le preguntó a qué hora iban a volver. López se dio cuenta que no tenía idea de dónde estaban, había perdido el sentido de orientación y nada de lo que veía le resultaba conocido. Como pudo volvió a acercarse a la orilla y amarró el bote a un pequeño muelle. 

Pese a los años, el viejo se movía con seguridad. López, tapándose la boca, se le acercó y le preguntó si podía ayudarlos. Se habían perdido -le explicó- y no podían regresar a su cabaña en el bote. 

-No se preocupe amigo, era una broma… Ya me puse la primera dosis y la próxima semana me toca la segunda. Subamos, arriba tenemos señal. 

 

Ciudadano Kein

 

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