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Opinión cultural: Los árboles mojan a la gente o la reinterpretación del Larismo Surreal

 

(Por Jaime Huenún Villa, Escritor mapuche-huiliche. Premio Pablo Neruda)

Pilar González Langlois es periodista y con este libro publicado por Cuarto Propio, engañosamente breve, establece un estilo de escritura novedoso y eficaz. Novedoso porque en las escasas diez páginas que aparentemente conforman los dos poemas publicados, da cuenta de mundos interiores y exteriores de alta complejidad y densidad, derivando en símbolos íntimos y universales. Cuerpo y espíritu aquí se debaten en una lucha por el tiempo, la realidad, la eternidad, el placer y la continuidad de la vida y la muerte.

Quien a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija, dice el refrán.  Considerando los alcances de este libro, podríamos parafrasearlo de esta manera: Quien a buen árbol se arrima, nunca se salva de la lluvia, de sus fríos e inevitables desastres.

La reinterpretación de un larismo surrealista es tal vez la marca más destacada de este volumen. Hay pueblos, casas antiguas, niños y niñas extraviadas en los misterios de la naturaleza, cotidianidad y desconcierto, rústicos personajes y profundas disquisiciones metafísicas y teológicas.

Como bien señala el poeta Américo Reyes en su valioso prólogo, Pilar entrega una definición de maldad apreciada y percibida desde la infancia, una “maldad inconteniblemente ingenua”.

Por eso, si bien los ambientes son diversos, veloces y anclados en los imaginarios pueblerinos, en la inocencia de la aldea, la niña hablante del poema dice “espesas rumas de dolor me entretienen” y “Dejar de llorar/ Cuando hay demasiada sangre / Es el desierto por descubrir.” La maldad cándida tal vez sea la peor de todas las maldades, porque el sujeto que la profesa o ejecuta no asume responsabilidades ni razones, simplemente es así, funciona así por naturaleza, sin culpas ni cargas morales.

Pilar Gonzalez Langlois nos hace viajar por un vigoroso larismo de imágenes extrañas, sorpresivas, operando como una montajista cinematográfica que hace caso omiso del guion aristotélico. Todo comienza, termina y recomienza una y otra vez, en un interminable flujo o proyección de sueños, pesadillas, traumas, ideales, distopias y brutales modos de existir y de pensar. De un modo u otro, Pilar bebe de las fuentes de Olga Orozco, Stella Díaz Varin, Omar Cáceres y ese otro surrealista precioso y argentino que es Enrique Molina. Estamos ciertamente ante un texto germinal muy logrado que espera llegar a nuevas y fundamentales estaciones.

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